Es suficiente con decir...
El habla es la
segunda posesión nuestra, después del alma,
y tal vez no
tengamos ninguna otra posesión en este mundo.
Gabriela
Mistral.
Habla para que yo te conozca.
Sócrates.
Siempre me ha
llamado la atención escuchar con interés las intervenciones de las diferentes
personas, sean jóvenes,
adultos, obreros, técnicos, docentes, gerentes, políticos, sacerdotes,
militares, artistas, vendedores, jubilados, migrantes, etc. porque en cada uno
de ellos predomina una tendencia en su expresión lingüística. Es interesante
percibir en ellos las diversas
concepciones de su entorno y la mayor o menor riqueza léxica que poseen.
Basta con escuchar la charla de dos personas
para tener una primera idea de su nivel cultural y también para empezar a
conocer su idiosincrasia. De alguna manera las
conversaciones que a diario escuchamos también son representativas del
estado de nuestra lengua. Cuando se usan ciertas palabras y expresiones o modismos
que consideramos apropiados para exponer nuestras ideas, estamos usando nuestra
habla. Entonces, demostramos lo
que somos por medio de lo que hablamos.
Y ¿cuál es el objetivo de estas reflexiones
algo idealistas en una sociedad consumista
que privilegia la rapidez y lo práctico?
Pues bien, solo hay un interés por recordar que se puede hablar bien sin
tener que acudir a expresiones advenedizas, vagas y confusas. Empezaré por
cuatro verbos mal utilizados.
-Poner. Ahora lo reemplazan por su
sinónimo colocar, pero no siempre ese
cambio es conveniente. Es posible que la expresión “Yo me pongo la corbata” sea
equivalente a “Yo me coloco la corbata” pero ¿será adecuado decir “Yo me
coloqué en guardia cuando oí los gritos?” o ¿sonará bien decir “El niño se
colocó pálido cuando rompió el vidrio?” ¡Claro que no! Es suficiente con decir:
“Yo me puse en guardia cuando oí los gritos.” y “El niño se puso pálido cuando
rompió el vidrio.”
-Regalar. Es común
escuchar “Regáleme la hora.” (cuando deseamos ser informados del avance del
tiempo) o “Regáleme un cuaderno argollado.” (cuando en realidad queremos
comprarlo), o “Regáleme unos minutos.” (cuando necesitamos pedir prestado un
teléfono celular), o “Regáleme su cédula” (cuando se requiere la identificación
personal para un trámite). En estos casos es suficiente con decir: “Dígame la
hora.”, “Véndame un cuaderno argollado.”, “Permítame usar su teléfono celular.”
y “Permítame su cédula.” Ah... pero no olviden agregar “por favor.”
-Cancelar. En su origen
cancelar significaba cubrir con rejas o impedir el acceso público hacia algo.
Después significó la acción de tachar
con rayas un documento que se deseaba anular.
Ahora -cancelar- se usa como sinónimo de pagar. En los almacenes es común encontrarse con
avisos de este tipo: “Cancele primero en la caja”, lo que es un uso impreciso
de este verbo. Es suficiente con “Pague primero en la caja”. En cambio,
cancelar sí está bien usado en las expresiones: “Cancelaré el viaje porque
tengo un dolor fuerte de estómago”, “Me cancelaron la cuenta de ahorros porque
nunca hice consignaciones” o “Le cancelaron el contrato porque descubrieron
inconsistencias en la documentación”.
-Aplicar. Este verbo
tan usado en la actualidad no es sinónimo de solicitar (de hecho su significado original es arrimar). En
la publicidad comercial se ha generalizado la expresión “Aplican condiciones y
restricciones” para indicar que el vendedor impone ciertas limitaciones al
eventual comprador de un bien o un servicio. En otro caso, se escuchan
expresiones informales como “Mi amigo aplicó a una beca de pregrado.” En ambos casos el verbo aplicar está mal
utilizado. Para el caso de la publicidad es suficiente con indicar: “Hay
condiciones y restricciones” y en el caso de la beca es suficiente con decir:
“Mi amigo se postuló a una beca de pregrado.” o con mayor precisión “Mi amigo
solicitó una beca de pregrado.”
Hay un
adjetivo que se está usando de manera indebida; se trata de demasiado, proveniente de demasía, que significa insolencia, maldad o descortesía. Sin embargo se le utiliza en expresiones como
“Los chocolates me gustan demasiado” o “Ir de compras a la plaza de El Rincón
es demasiado importante para nuestra familia” o “Esa chaqueta le queda
demasiado bien a mi hermana”. Es claro que en estos ejemplos se quiere dar a
entender una valoración positiva de los chocolates, de las compras en una plaza
de mercado y de la chaqueta. Pero en realidad el demasiado lo que hace es darle el carácter de poco deseable;
entonces, debería evitarse su uso y pensar que es suficiente con decir: “Los
chocolates me gustan mucho”, “Ir de compras a la plaza de El Rincón es muy
importante para nuestra familia”, “Esa chaqueta le queda muy bien a mi
hermana”.
Para terminar con estos comentarios sobre la
manera de hablar, no puedo dejar de referirme a un término cuyo uso se ha
propagado como maleza en jardín abandonado. Es el extranjerismo man, tomado del inglés -como si en
castellano no tuviera un equivalente-
y por desgracia aceptado en el habla informal de todos los niveles
sociales. No me extiendo con los
ejemplos del uso de este barbarismo porque esos sí son demasiados. Es
común escuchar: “ El man no vino a
responder por lo que hizo” o “Los manes
se escaparon por el potrero”. En el primer caso es suficiente con decir: “El
hombre no vino a responder por lo que hizo” o “Los hombres se escaparon por el
potrero”. En nuestra lengua los únicos manes
(así, en plural, no en singular) que existen son los espíritus o almas de
los muertos, que protegían el hogar de los antiguos griegos y romanos. ¿Por qué
será que algunas personas -por no decir muchísimas- prefieren man en vez del castizo hombre?
Una cosa es que un idioma evolucione con el
paso del tiempo y sea influido por otras lenguas -lo que es normal- pero otra
cosa es aceptar y reproducir de manera ingenua por no decir torpe, esos usos
engañosos de algunas palabras.
Elías Novoa
Parra
Docente de humanidades,
Sede C - jornada
Tarde
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